Madre Mª Almudena, carmelita del Buen Pastor de Zarautz.
“Definiría mi vida de clausura como una completa ¡Sor…presa!”.
Yo descubrí mi vocación al Carmelo muy joven, aunque siempre me había imaginado casada y con muchos hijos. Provengo de una familia numerosa y soy la cuarta de nueve hermanos. Mis padres nos educaron en un ambiente cristiano de generosidad y alegría. Siempre recordaré lo divertida que era nuestra casa…
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Estoy convencida de que mi vocación es fruto de la oración, entrega y ejemplo de mis padres. Dios quiso darles cinco hijos consagrados a Dios: tengo una hermana que es misionera de la Madre Teresa y vive en la leprosería de Calcuta, un hermano sacerdote , una laica consagrada en la Cruzada de Santa María y una religiosa de vida activa Esclava de Cristo Rey, en Madrid. Sé que con mi entrega también ayudo a que mis cuatro hermanos casados se mantengan fieles, a pesar de las dificultades que encuentren en sus caminos. Por eso, oro a diario por sus necesidades, por las de tantas y tantas personas que necesitan de la ayuda de Dios para recorrer su camino en la tierra.
Pero como decía, noté las primeras inquietudes interiores a los 14 años. La Milicia de Santa María nos enseñaba a querer mucho esa vocación de contemplativas especialmente monasterios carmelitas y, de hecho eran ellas las que nos facilitaban que fuéramos a conocerlas. A los 16 años, aunque no estaba del todo decidida, me fui a vivir de Madrid a Burgos para trabajar cuidando a niños en una guardería y conviví en una residencia con otras chicas y de ese modo, poder ver con mayor claridad qué era lo que Dios quería para mí. Al año siguiente el Padre Tomás Morales sj. , fundador de la Cruzada de Santa María, que ahora está en proceso de beatificación, me ayudó a discernir mi camino. Tenía dudas entre cruzada o carmelita. Cuando ví que Dios quería que fuera carmelita, él me propuso ir a un monasterio en Azcoitia, donde hacía 17 años que no había vocaciones. Me dijo que estaba cerca del Santuario de Loyola donde había nacido San Ignacio. Ese mismo día fui a buscar el lugar en un mapa y ¡ni siquiera salía el nombre! Encontré Azpeitia… ¡al menos sale algo parecido! , pensé.
Finalmente, entré en Azcoitia y estuve viviendo allí hasta el año 2000, fecha en que se cerró el Monasterio por ruina debido a las obras en la variante. Me trasladé definitivamente aquí con parte de la comunidad.
Llevo más de 30 años de entrega a Dios como Carmelita Descalza y cuando alguna vez me preguntan si tiene sentido esta vida en el siglo XXI me gusta responder que desde este rincón del mundo, estamos al tanto de las grandes necesidades de la sociedad y de la Iglesia y procuramos llevar esas cosas a nuestra unión con Dios. Ahora por ejemplo, rezamos mucho por los refugiados, los cristianos perseguidos y por toda esa gente que necesita de una ayuda especial de Dios. Realmente para entender nuestra vida, es necesario recuperar el sentido de la oración como centro de la vida de la Iglesia. Rezar no es algo superficial de lo que el cristiano pueda prescindir a favor de las obras de misericordia o de acciones buenas en favor de las personas y los colectivos más necesitados. La oración es un modo especial de unión con Dios que refleja la alabanza que le debemos, la confianza de niños pequeños que tenemos con Él, el deseo de darle gracias por todo lo que nos da, la petición de ayuda cuando estamos abatidos por la pena o el dolor. Por eso la oración es tan importante, porque hace presente a Dios allí donde se le invoca.
Nuestra vida al mismo tiempo, es una vida llena de un intenso trabajo y de intensa vida de oración. Tenemos una huerta donde, además de verdura y hortalizas, cultivamos flores para nuestra iglesia y hacemos de mantenedoras de nuestro monasterio. Es una casa grande y antigua que necesita cuidados constantes para que pueda mantenerse así y dar acogida a las generaciones futuras de carmelitas.
Por ejemplo, por aquí vienen muchas personas a pedir oraciones, a ofrecer limosnas para la celebración de Misas, pidiendo por una intención o por el eterno descanso de algún familiar fallecido. Otros vienen a ofrecer limosnas en acción de gracias por un favor recibido y especialmente, vienen sacerdotes y obispos para que recemos por ellos. Nosotras tenemos una costumbre que se llama las “capellanías” y que consiste en que cada una reza muy especialmente por un sacerdote: ofrece todo para que sea santo. Es parte de nuestro carisma, que viene de la misma Santa Teresa.
Hermana Akiko, carmelita del Buen Pastor de Zarautz.
“Jesús es una persona viva que sabe como soy y me quiere igualmente”.
La vida adquiere todo su valor cuando se encuentra con el Amor. Sus flechas son lanzas de fuego que atraviesan el corazón y no dejan inmune. A sus 37 años y un futuro prometedor como cirujana torácica, Akiko Tamura se ha rendido al suave pero firme rumor de su influjo. No más estorbos, excusas ni demoras, Cristo es la razón de su vivir, el origen y meta de su ser y de su obrar. Por Él ha cruzado el umbral de la llamada y responde dichosa con la entrega completa de su vida. Desde el pasado 11 de agosto es postulante a Carmelita Descalza en el monasterio del Buen Pastor de Zarautz (Guipúzcoa) donde ya el único bien que ambiciona, la única ciencia que comprende es ser esposa de Jesucristo…
Entrevista de Victoria Serrano Blanes publicada en la Revista Buena Nueva, 6 noviembre 2012
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¿Cómo conociste el amor de Dios en tu vida?
Por mis padres. Mi padre es japonés y se convirtió al catolicismo de mayor. Toda su familia se rebeló contra él por ello, y a pesar de todo se casó con mi madre, que es de Navarra. Cuando yo tenía cinco años fuimos a Japón porque mi abuela estaba muy enferma. En el lecho de muerte se interesó por la fe católica y, como no dio tiempo a que llegara un sacerdote, mi padre la bautizó. Esto me marcó. A los ocho hermanos se nos ha transmitido la fe en casa y nuestra formación espiritual ha estado muy ligada al Opus Dei.
¿Quién es Dios para ti?
El amor de mi vida, mi Padre y mi Salvador. Es un Dios que se hace humilde y pasa desapercibido, que se abre para todos, pero solo lo encuentran los que le buscan con sincero corazón.
¿De qué se ha valido el Señor para seducirte?
De todo, de éxitos y fracasos. Yo iba a estudiar Medicina en Estados Unidos porque mi objetivo era hacer dinero rápido y fácil. Fui admitida en una buena universidad americana pero mi madre me llamó en el último momento y me dijo: “Te vienes para Navarra porque aquí puedes aprender la misma técnica pero es más importante que te formes en el ámbito personal y espiritual”. Me costó bastante comprender y aceptar esta decisión de mi madre. El primer año lo pasé fatal; Pamplona me parecía un pueblo comparado con Tokio, Nueva York o Madrid. Ahora sé que mi madre fue un ángel para mí porque, de no habérmelo impedido, no tendría tiempo para Dios.
Entonces, ¿puedes decir que todo en tu vida ha sido preservado, guiado y dirigido hacia esta llamada?
Sí, seguro. Dios nunca me ha dejado de su mano, me he soltado yo. En mis años de estudios y luego de trabajo siempre ha habido un vínculo fuerte con Dios y con los valores humanos. Precisamente, al acabar la carrera elegí hacer la residencia de Cirugía Torácica en el Hospital de la Princesa de Madrid, no porque fuera un hospital puntero, sino porque sabía que este equipo médico respeta a la persona, cuida del paciente, le acompaña en el sufrimiento…
libre para amar, libre para servir
¿Qué es para ti el sufrimiento?
Es un misterio. Dios podría haber elegido separar el trigo de la cizaña, pero quiso ser un hombre más que, sin hacer alarde de su condición divina, se dejó escupir, humillar y finalmente matar para demostrarnos su amor. Pero detrás de la cruz siempre hay luz; sin esta el sufrimiento sería masoquista, ya que sufrir por sufrir es absurdo. El sufrimiento es un toque de atención que permite a la persona salir de sí misma, del curso acelerado de la vida; es una ocasión para recibir de los demás, pues se necesita más humildad en dejarse hacer que en hacer; es un dardo que abre un corazón de piedra. En fin, un misterio que solo entenderemos en la vida eterna.
¿Cómo ha sido la llamada?
Ha sido progresiva, aunque lo más evidente fue en este Jueves Santo, en el que yo iba en el coche y de repente, ¡pataplum!, lo vi claro. Todo comenzó en mayo de 2003 cuando vino Juan Pablo II a Madrid. Yo entonces era residente de Cirugía Torácica y estaba muy contenta con mi vida. Pero cuando escuché del Papa: “Si sientes la llamada que te dice ‘Sígueme’ no la acalles. Vale la pena decir sí como María y dar la vida, como Jesús, por los hermanos…” fue como si un asteroide cayera en el centro de mi conciencia y nada pudiera apagar ya esa luz; un fogonazo que me hizo, sin darme cuenta, ponerme a tiro.
Sin embargo, como vivía la fe en soledad comencé a flojear; en el fondo me fiaba más de mí que de Dios. Y Él me rescató hace unos cinco años dejando caer en mis manos un libro con los mensajes de la Virgen en Medjugorge y las historias de conversiones de gente absolutamente descarriada, pero a las que Dios había salvado. Lo que más me llamaba la atención era que a Dios le importaba un bledo el pasado de cada una de ellas, simplemente las acogía si acudían a Él. Cuando acabé el libro me confesé y a partir de ahí el saco de mi vida lo puse en manos de la Virgen, mi refugio y desde entonces la Reina del universo y de mi corazón.
¿En qué cambio tu vida?
Al leer las palabras de la Virgen que decían: ”Regaladme vuestros problemas, vuestras miserias, vuestras vidas y las de las demás. Vosotros no podéis rezar con paz si cargáis con tanto, yo me ocuparé de ello. A cambio os suplico que recéis por mis intenciones. Si hacéis esto os invadirá la paz que viene del cielo”, me emocioné tanto que decidí arriesgarme. Mi vida dio un giro de 180 grados. Empecé a luchar, no con mis fuerzas sino de la mano de la Virgen y la fuerza del Espíritu Santo.
Esto dio la vuelta a todo: comencé a entender el Evangelio; las oraciones que antes me parecían un rollo se volvieron imprescindibles; lo que era un misterio ahora se convertía en luz total, en paz, plenitud… Mis preocupaciones estaban al final de la lista de peticiones porque el verdadero problema es que la gente se vaya al infierno —uno es libre para condenarse—habiendo hecho Dios todo para evitarlo, ¡hasta dejarse crucificar1
Si a Dios no le importan mis miserias, a mí tampoco me importan las mías ni las de los demás. Entonces, en vez de enemigos empiezo a ver hermanos. Me reconcilio con mi vida anterior e intento reconciliar al mundo con Dios.
el amor lo es todo
¿Te habías planteado en algún momento la vida religiosa?
Jamás. A mí la palabra monja me tiraba para atrás. Aunque las he admirado siempre, me parecían extraterrestres. Yo lo que quería era ser rica; he tenido la oportunidad de hacer lo que me daba la gana y mi objetivo era seguir así. Pero con el tiempo, Dios me ha iluminado que no merece la pena romperse los dientes por pasar unas vacaciones en Bora-Bora, coger un avión y viajar a Nueva York o esquiar en los Alpes. Lo he hecho y no es para tanto. Ahora Dios me ha pedido claramente que me consagre a Él ¡y me he quedado con la boca abierta! Esto supera mis fuerzas y mi lógica, aunque lo más sorprendente es que estoy feliz y en paz porque sé que Dios me ayudará.
A mi la medicina me entusiasma y me seguirá entusiasmando toda la vida, pero hay para mí una medicina mayor, la salud del alma, que es eterna. Y le sigo así, de carmelita descalza, porque Él me lo ha pedido; sabiendo que todos le podemos dar gloria allá donde nos ha puesto a cada uno. Por ejemplo, un abuelito tetrapléjico puede recristianizar el mundo así, aparentemente sin hacer nada, a través del ofrecimiento de la “inutilidad” de su vida. Hasta durmiendo podemos dar gloria a Dios si cumplimos su voluntad.
¿A quién elige Dios?
A quien le da la gana. El Evangelio dice claramente que Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad, pero indudablemente elige a doce apóstoles y no sé cuántos discípulos, y deja bien claro que es Él el que elige. A mí me da mucha paz ver a quién escogió Jesús: cobardes, ignorantes, envidiosos, porque el factor clave no son los hombres, es Jesús. No nos pide ser perfectos, sino abandonarnos a Él, que Él puede. Mi vocación es el regalo más grande que se me ha hecho.
¿Cómo te la confirma?
Desde que escuché la llamada todo ha sido como un “siga la flecha”. Si tú te dejas llevar por Dios y contestas “amén”, Él se encarga de todo.
¿Tienes miedo? ¿Te asustan los votos?
Hace unos años, sí pero ya no porque me fío de Dios. Ahora bien, yo sé que en el momento que hago como Pedro, miro las aguas y digo: “¿qué está pasando aquí, caminando por encima de ellas?”, entonces me hundo. Es prácticamente imposible que una persona se recluya entre cuatro paredes si la idea solo es suya, por eso no tengo miedo. Y si aparece un poco de duda, cojo el rosario y esta se disipa. Tengo tres armas muy fuertes; la eucaristía, la confesión y la oración personal. Con ellas se espantan todos los males, porque el miedo no es de Dios, es fruto del diablo.
¡mi amado es para mí y yo soy para mi amado!
Hablando del demonio, ¿reconoces sus engaños y artimañas? ¿Cómo lo combates?
Lo reconozco porque me muestra caramelitos para que no renuncie a ellos, me incita al miedo, a confiar en mí misma… y entonces acudo a la Virgen. Uno de los signos del demonio es que deja intranquilidad en el alma, lo contrario a Dios, que es plenitud y paz, aun haciendo cosas que son un disparate a los ojos de los hombres como meterte monja. Solo cuando en la tormenta te fías lo puedes experimentar.
¿Se puede ayudar al mundo desde un convento de clausura?
Sí, y fregando suelos y retretes, o postrado en la cama. Cualquier corazón humano que esté invadido por Dios transforma al mundo; unido al sacrificio del altar tiene una potencia impresionante. Yo soy una pobre pecadora que simplemente me he dejado conquistar por Cristo, salvar y rescatar por Él, ¡y lo que me ha dado! Mi corazón no es suficiente para amar, por eso amo con el corazón de Dios; de este modo sí que puedo hacerlo.
¿Por qué este carisma en concreto de Carmelitas Descalzas?
Esto ha sido cosa de la Virgen. Cuando Dios me pidió ser carmelita descalza busqué en Google sobre su misión, porque solo sabía que era la orden de Santa Teresa de Jesús y San Juan de la Cruz. Pero como hace cinco años que la Virgen lleva las riendas de mi vida, a través de los mensajes de Medjugorge, de la Medalla Milagrosa, de las lecturas espirituales, del rezo del rosario y sobre todo, a la luz del Evangelio, me había dejado incrustado que el fin de todo cristiano es salvar almas, y ¡mira por dónde el carisma del Carmelo es salvar almas, principalmente sacerdotales!
El primer convento que me salió en el ordenador fue el de Jesús El Buen Pastor de Zarauz, y allí fui a hacer una experiencia. Me encontré con lo que yo llamo “el manicomio de Dios”: catorce mujeres normales, guapas, alegres, con los pies en la tierra pero el corazón puesto en Dios, felices y locas de amor por Dios.
¿Qué efecto ha hecho en tus familiares, amigos y conocidos esta opción radical por Cristo?
Muchos se ponen a llorar, pero yo sé que es un punto y aparte en sus vidas, porque remueve las conciencias. Si Dios está en el postre de tu vida y ves que una persona quiere seguirle radicalmente te planteas que, o necesita ir al psiquiatra o es que de verdad ha encontrado a Dios.
¿Solo Dios basta?
Sí, por supuesto, una y mil veces lo digo. No es que Dios te lo da todo, es que se da Él mismo. Yo no dejo nada, ¡me he encontrado con Él!
¿Crees que Dios ha sido bueno contigo?
Siempre. No solo bueno; es mi salvador y el amor de mi vida que me quema el corazón. Siento que Jesús es una persona viva, que sabe como soy y que no le importa, me quiere igualmente, porque no busca a los perfectos, sino corazones que acudan a Él.
Madre Pilar, carmelita del Buen Pastor de Zarautz
“¿Aburrimiento en el Carmelo? Como el amor lo hace todo nuevo, mi vida se hace más y más plena conforme pasan los años”.
¿Carmelita y de las “francesas”? Llamaban francesas a las carmelitas de aquí porque somos fundación de Burdeos. Mi familia veraneaba aquí y yo iba a Misa por todo Zarautz evitando venir aquí…¡me imponían mucho respeto!
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Siempre quise ser misionera, eso de darme a los demás en algún lugar lejano, me atraía como a muchas personas jóvenes de hace tres décadas, pero también de ahora mismo. “Notaba”, que Dios me pedía algo; como que “me buscaba” y que quería meterse en mi vida de lleno. Cuando en casa se supo un poco este tema, mi tía abuela María Cruz, religiosa del Sagrado Corazón, me animó a conocer el convento de Zarautz donde vivía una carmelita, amiga suya, la Madre Mª Lourdes. Empecé a conocerla poco a poco, viniendo de vez en cuando, pero me asustaban mucho las rejas. En ese momento lo veía como algo que me iba a quitar la libertad.
Soy de Tudela y decidí estudiar Farmacia en la Universidad de Navarra. En segundo de carrera comencé a notar que las inquietudes y el tema de las misiones iban a más y me ilusioné con ir a un viaje de voluntariado a Sierra Leona. En tercero de carrera se presentó la oportunidad y me estuve preparando durante ese curso para ir, incluso me puse las vacunas. Cuando tenía todo prácticamente listo para volar a Africa, tuve la mala noticia de que había suspendido por lo que, para alegría de mis padres, a los que no hacía ninguna gracia que fuera, me tuve que quedar sin ir para estudiar, para mí fue una señal de que Dios iba por otro camino.
En 1989, yo estaba en cuarto de carrera y el Papa San Juan Pablo II vino a la Jornada Mundial de la Juventud a Santiago de Compostela. Allí sí que vi claro que Dios me quería Carmelita. Sentí con grandísima profundidad la mirada de Juan Pablo, como si estuviera viendo al mismo Jesús y al mismo tiempo noté la gracia, para darme del todo en una entrega exclusiva a Dios. Volví de la JMJ y se lo comuniqué a mi Director espiritual, al salir del confesionario volví corriendo diciéndole que no, del vértigo que me entró… Me decidí y estaba dispuesta incluso a dejar los estudios: ¡lo que hiciera falta! Pero, tanto la priora de entonces como mis padres, me animaron a que acabara la carrera de Farmacia. Tras la ceremonia de Licenciatura, le conté a mi padre mi decisión, y no le hizo ninguna gracia; pero después, al poco tiempo, dijo que era lo mejor que le había podido pasar en la vida, que Dios le pidiera una hija carmelita; incluso llegó a decir que ese “Yerno” sería el mejor de todos.
Las religiosas de la residencia en la que vivía, al verme que rezaba, que les pedía oraciones y que me atraía la vida de entrega me empujaban para que me decidiera, pero Dios iba haciendo su trabajo en mi interior sin que ni yo misma me diera casi cuenta. Ahora echo la vista atrás y pienso que es muy importante no presionar a las chicas que puedan notar de alguna manera esta llamada. Normalmente es un proceso que requiere su tiempo y a Dios no hay que ponerle un “calendario”. Es Él quien va desvelando en el interior del corazón de la persona, lo que le pide, cómo avanzar por ese camino y cómo prepararse para recibir una vocación como la nuestra.
Cuando alguna vez me preguntan si no nos aburrimos aquí encerradas, respondo que, como el amor lo hace todo nuevo, mi vida se hace más y más plena conforme van pasando los años… Es maravilloso ver cómo nuestras vidas entregadas a Dios dentro de estas casas del Carmelo lejos de aprisionarnos por la clausura o por las rejas, nos hacen ser libres, plenas de amor. El decir que sí a Dios de forma incondicional eso te hace libre por pequeño o insignificante que se presente el día… Solo sé decir, que yo siento eso en mi interior.
Es verdad que a una carmelita le cuesta salir del monasterio, porque fuera nos sentimos como peces fuera del agua. Sin embargo, nuestro Carmelo no es un refugio, para gente que no sabe vivir en el mundo. Todo lo contrario. Es un lugar para aquellos que Dios elige, a los que prepara y da su fuerza (la gracia) para vivir así una vocación muy específica. Esta vocación no es de grandes consuelos, ni de especiales emociones espirituales. El Carmelo es un lugar sencillo, sin pretensiones ni espirituales, ni materiales. Pero quien sí que está por medio es el amor de Dios.
Yo soy consciente de que mi felicidad va en aumento porque es un regalo de Dios. No quiero que suene extraño, porque no lo es, pero es como vivir ya el Cielo. La pobreza interior que descubrimos, la premia Dios con una cercanía muy especial con Él y con un saborear desde ahora de su amor incondicional. Nuestra Santa Madre Teresa de Jesús nos decía que esto ya es la antesala del Cielo: “Esta casa es un cielo, si le puede haber en la tierra, para quien se contenta sólo de contentar a Dios y no hace caso de contento suyo”. (C. 20-2.).
Con los años me he dado cuenta de que, como Santa Teresita de Lisieux, copatrona con S. Francisco Javier de las misiones, yo quería ser misionera sin darme cuenta de que podía ser misionera sin salir de la Clausura, enviando desde aquí la fuerza y la energía de Dios a tantas personas de Iglesia que están en lugares de misión.
Siempre me ha llamado la atención esa “misteriosa fecundidad apostólica” de la vida contemplativa, de la que habla el Concilio Vaticano II, en el Decreto Perfectae Caritatis n.7 , y que después volvió a citar, el ya san Juan Pablo II, en Vita Consecrata n.8
Hermana Carolina, carmelita del Buen Pastor de Zarautz.
“Entré siendo una jovencita de 21 años, sin mirar atrás”.
El 2 de Agosto del 2014 el Carmelo me abrió sus puertas en el Monasterio del Buen Pastor (Zarautz, Guipúzcoa) Entré siendo una jovencita de 21 años, sin mirar atrás y cuando oí cerrar las puertas detrás de mí me llevé un buen susto. Al principio no sabía bien dónde me había metido, pues yo no había visto una monja en mi vida…
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Comencé intentando aprender la vida del Carmelo, sus costumbres, la vida de comunidad y, en fin, a conocer a Dios. El día a día me ha ido enseñando como lo suele hacer la vida misma, y fue creciendo en mi interior la semilla que Dios ya había plantado cuando me invitó a entrar, y mi deseo de consagrarme a Él por completo ha ido madurando y creciendo cada vez más fuerte.
Hoy he tenido la inmensa dicha de profesar mis votos por tres años. Hoy he pedido al Señor su gracia para vivir en pobreza, castidad y obediencia. Hoy Dios ha elegido una esposa para su Hijo, y un cúmulo de emociones se me ha traducido en una confianza esperanzada en que Él mismo guiará los pasos de esta nueva hija de Santa Teresa.
Por lo demás el día ha acompañado y el sol ha hecho ameno el viaje a los seres queridos que han venido a dar gracias a Dios por este don.
Hermana María Dolores,carmelita del Buen Pastor de Zarautz
“Después de 64 años en el Carmelo, miro atrás y pienso que todo es misericordia”
Vi lo que Dios quería de mí a los 22 años, es decir llevo aquí 64 años! Se lo puede creer! Yo soy donostiarra, de San Sebastián y durante mi primera juventud, siempre pensé en casarme. Somos cuatro hermanos, uno casado, otra religiosa de vida activa en la enseñanza y la pequeña María del Coro, que tenía síndrome de Down. Mis padres eran profundamente religiosos, muy buenos cristianos, siempre he pensado que mi padre era canonizable. Nos educaron a los cuatro con su ejemplo de entrega a la familia. Aun ahora, con 84 años, sigo dando gracias a Dios por esa familia, porque sin ellos yo no estaría ahora aquí.
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A los 18 años hice unos ejercicios espirituales con un sacerdote diocesano que dirigía una casa de retiros y él, como que me adivinó por dentro, viendo la gracia de Dios que tenía. Me recomendó leer la vida de la Beata Isabel de la Trinidad e Historia de un alma de Santa Teresita del Niño Jesús. Yo me emocioné con su vida de entrega completa a Dios. Seguí leyendo a San Juan de la Cruz y descubrí aquello que dice de que el mayor acto de amor de Dios es entregarse completamente a Él. Pensé que para mí, la mayor entrega era precisamente esa.
Al principio me costó pensar que si entraba en el Carmelo, podía estar faltando a mi obligación de cuidar de mi hermana María del Coro en el futuro, puesto que mi madre había fallecido cuando yo era pequeña, pero mi padre fue muy generoso y me animó a seguir la llamada de Dios.
Entre en este convento de Zarautz porque siempre había veraneado en el pueblo desde pequeña y tengo raíces aquí. Miré antes en otros cercanos como el de Zumaia, Fuenterrabía, San Sebastián, pero finalmente me decidí por el del Buen Pastor.
Después de 64 años de entrega puedo decir que lo mejor que he vivido es la familia carmelitana. El Carmelo es ante todo comunidad y familia. No somos eremitas, como se puede pensar desde fuera cuando saben que pasamos largos ratos de silencio y oración. He tenido el cariño, el ejemplo, la compañía de las madres prioras a lo largo de los años y de las hermanas con las que he convivido durante largos años.
Es cierto que con el paso de los años algunas costumbres han ido cambiando, adaptándose a la propia sensibilidad de la sociedad, pero en la esencia continuamos fieles al espíritu de nuestra Santa Madre. Ella no era una mujer rígida. Era recia, porque en el Carmelo hay sacrificio, pero no hay nada inhumano.
Recuerdo que llegué al Carmelo con muchas ilusiones de santidad, con grandes ideales de entrega y fui descubriendo que el yo y el amor propio se meten por todas partes y lo estropean todo. Leemos mucho a Santa Teresa, porque ella nos da la respuesta a nuestras inquietudes y nos enseña el modo de responder a cada nueva situación.
Aquí también descubro el valor del silencio interior para encontrar a Dios. Así descubro que Él me paga mis delitos y mis infidelidades con grandes regalos. Miro al pasado de mi vida y pienso “todo ha sido misericordia”. Ese es el resumen de mi vida: el mejor regalo es la intimidad con Jesucristo.
Las personas no nos damos cuenta ahora de que la ancianidad tiene muchísimo de felicidad: es un disfrute la intimidad con Dios que uno alcanza, es como si no existieran las barreras de la juventud para ver a Dios con más facilidad. Quieres más a los demás, con mucha más libertad interior, sin recriminarles nada.
Mis amigas de cuando era joven me decían “¡Qué horror!, ¡Vas a ser monja!” y ahora con el paso de los años me dicen que les gustaría estar conmigo y haber elegido este camino. Yo sé que he sido la de la suerte.
Cuando a veces sale el tema de cuál es la misión de la clausura en la vida de la Iglesia a mí me gusta pensar que se resume en la palabra amplitud. Un acto puro de amor hace más que todas las buenas obras de la Iglesia juntas. Eso fue lo que me movió a entrar en el Carmelo y lo que me ha mantenido todos estos años. Con amor puro, pienso muchas veces, puedo hacerlo todo.
Nuestra vida refleja la trascendencia de Dios y siento que es cierto lo que decía Juan Pablo II: “estáis en el corazón de la Iglesia”.